Dios nunca llega tarde

En la cotidianidad agitada en que solemos vivir, la medición del tiempo, la revisión de qué tan desfasados o alineados estamos con nuestros compromisos, cuánto falta para la siguiente actividad, para la siguiente cita, es una acción que se impone desde temprano para todo y para todos.

 

Sin embargo, hay ocasiones en las que pareciera que el tiempo se detiene y la secuencia frenética de compromisos para abruptamente. Esto ocurre cuando nos encontramos con distintas formas de crisis. No me refiero a pequeñas crisis, sino a aquellas que nos enfrentan con la verdad de nuestras circunstancias, nuestra salud, nuestras relaciones o con la muerte.

 

Hace unas semanas, viví una crisis de salud, cuya magnitud desconocía. No había cómo advertir el riesgo, pues no presentaba ni dolor permanente, ni fiebre. Solo tuve un episodio que parecía gastritis (algo extraño para mí pues no sufro de ese padecimiento) y un decaimiento que se hacía más fuerte hacia el final de la jornada de trabajo y que se incrementó con el paso de los días. El despiste fue mayor cuando el episodio de “gastritis” se solucionó rápidamente con un antiácido y cuando consulté a un médico que confirmó ese diagnosticó y me ordenó algunos exámenes especializados para determinar el avance de la enfermedad.

 

Por recomendación de un par de amigos, solicité al médico incluir una ecografía entre los exámenes para descartar alguna dificultad con la vesícula, pues, si bien no tenía dolor, con el paso de los días, también había empezado a sentir inflamación en la zona abdominal. Esa ecografía fue la luz al final del túnel.  

 

Fue así como se descubrió la inflamación crónica de la vesícula y como terminé en un hospital, en el que, por casi 36 horas, los médicos debieron descartar varias complicaciones muy serias para mi salud. Después de descartar los riesgos, procedieron a operarme.  Descubrieron que mi vesícula biliar se estuvo inflamando durante once días y llegó a gangrenarse en un 70% y a generar pus en su interior. La cirugía fue sencilla, aunque tomó más tiempo del esperado, y ante el riesgo de infección, fui hospitalizada por varios días.

 

De un día para otro el tiempo se detuvo. De un día para otro, la prioridad única era mi salud. Las citas, las actividades, los pendientes…. cancelados hasta nueva fecha. 

 

Los días de incapacidad médica fueron largos y me permitieron reflexionar sobre una expresión que utilicé para contar esta historia a mis hermanos de Familia Espiritual, la Comunidad católica a la que pertenezco. En un video en el que narraba lo que me había ocurrido, les dije “Dios nunca llega tarde”.  

 

Quiero compartirte algunas de mis reflexiones sobre esta frase. Cuando enfrentamos crisis, verdaderas crisis, todo lo que tenemos como personas, como seres humanos, viene para ayudarnos a sobrevivir.  Nuestro propio cuerpo, intelecto, voluntad, memoria, afectos y especialmente, lo que creemos, se unen para luchar a nuestro favor. Sin embargo, llegas a un punto en el que tu cuerpo batalla hasta donde le dan las fuerzas; tu intelecto entiende hasta donde le es posible -según la información de la que disponga-; tu voluntad hace hasta donde eres capaz; tu memoria recuerda hasta donde las neuronas se lo permiten, tus afectos te conectan con los demás hasta donde puedes; pero lo que tú crees, la forma en que concibes tu vida y lo que pasa en y con ella, la certeza de que estás rodeado de un ambiente impregnado de la presencia de Dios, eso no depende de tu capacidad, no disminuye ni cambia cuando todas tus ayudas personales se merman o se acaban.   Puedo decirlo, porque fue mi experiencia.  En medio de la incertidumbre, mientras pasaban las horas descartando complicaciones médicas y luego, evitando una infección mayor, venía a mi corazón una paz interior que sobrepasaba todo lo que ocurría en mi entorno, lo que sabía, lo que no sabía, lo que sentía, lo que escuchaba… en fin. Aún mientras estaba sedada por la anestesia, tenía la profunda convicción de aquello de lo que nos habla San Pablo en Hechos 17, 28: “Porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos”.

 

Cuando todo lo demás se merma, cuando nosotros mismos disminuimos o no somos capaces, Dios permanece y su amor puede con nosotros, con nuestras circunstancias, con nuestros imposibles. Su actuar va más allá de ti, de mí, de lo que hagamos.

 

Vivir, movernos y existir en Él, es decir, esforzarnos por permanecer en él, cumpliendo su voluntad, hace que también el tiempo, el Kairós, es decir, el acontecer de las cosas importantes, de las que repercuten en la eternidad, esté bajo el señorío de Dios.  Por eso tenía y tengo la certeza de que Dios no llega tarde. Si aquel momento de crisis en mi salud, hubiese sido el tiempo de mi muerte, tengo la convicción de que mi paso a la eternidad habría sido en el tiempo perfecto de Dios.   

 

Sin embargo, no creas que todo esto es por mérito propio. Son muchas las personas que a lo largo de mi vida han sumado para fortalecer mi fe – que sigue siendo pequeñita – y muchas las personas que oraron a Dios por mí con mucho fervor (Hechos 12, 5), para que, en el momento de la crisis, mi fe católica me sostuviera y me ayudara a salir adelante.

 

Ahora que ya estoy recuperada, mi corazón agradecido quiere compartir esta historia, servir en la Iglesia con mayor amor, orar por los que necesitan ayuda y animar a otros a arraigar la vida en Cristo que siempre es bueno, fiel y puntual.

Si estás esperando el obrar de Dios en tu vida, hazlo orando fervientemente, perseverantemente, viviendo tu fe en comunidad y con mucha paz. Después descubrirás que mientras esperabas, Él ya había estado obrando y tú llegaste a conocerlo más.

 

Lina Constanza Stella Leal

5 comentarios en “Dios nunca llega tarde”

  1. Juan Carlos Jocop

    Recién veo su breve, pero conciso testimonio referido por Fray Nelson Medina en su facebook en el cual puedo apreciar, valorar y agradecer a Dios por su regreso a casa.

    Le admiro y aplaudo con los pies sobre la tierra y la invito a seguir sobre roca y continuar con su testimonio y la obra que ya realiza en Familia Espirutal.

    Saludos cordiales desde Guatemala !

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